Y cada noche había que narrar un cuento (sentada en el piso entre sus dos camas), la historia tenía que ser distinta. Preferían la improvisación al clásico Caperucita Roja o Robin Hood. Personajes reales a quienes les sucedían hechos disparatados, raros, inceíbles.
Recuerdo, por ejemplo, el vaivén de un chorizo en una fuente de loza, que quise pincharlo con un tenedor y salió disparando para alojarse en el pecho de una elegante señora... Ese relato, sí, había que repetirlo cada noche.
Las risas, las carcajadas de los niños y su mamá yendo a la cama y amaneciendo en medio de dos luceros.
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